7 de Enero de 1989, Mar del Plata:
1:18 am: Artilugios:
Ya no importan los amaneceres. La luz blanca de los siete soles nos enceguece y todo parece desaparecer.
Ya no importan los amaneceres; se quiebran bajo tus pasos azules y negros.
Sin querer tus manos se abisman en la noche de otras manos y sueltan la gran rueda de la locura.
Tierna y oscura incógnita. El mar te seduce. Lame tus heridas, y sobre el césped, fuimos ángeles antes de morir.
No hay castigo en la clandestinidad.
No hay castigo en las palabras inciertas que muerden tus labios de líquenes.
Sal. Hierba. Un sueño que gime la soledad. El peregrinaje sin entender el derrumbe de los días; apenas intuirlo en tu paso zigzagueante. En tus vetas de madera negra.
Sal y viento no quiero verte morir. Y es el latido secreto de la tierra el que sostenía tu respiración.
Fresca fragancia a flores en una tumba. No es allí donde deseo encontrarte aroma, pacto con los dioses que, criminalmente, queman los tallos recién nacidos.
Afuera habrá sol. Nubes. Blasfemia desencadenada con la lluvia. Tormenta de senos renovados allí donde nuestros ojos no pueden llegar.
Ya no importan los amaneceres. La búsqueda quiebra letargos, y de aquí has salido rozada por mi noche, que gime en tus huellas, sobrevolando el infierno.
2:08 am: Dejemos de pensar que ya bastante viste el luto tus ojos. Huérfana. Criada bajo el cadalso de espadas oxidadas, fulguras como el sueño de las rosas.
Dejemos de lado el octogonal sentir de la miseria; la bastarda sensación de amar y destruir los espejos con sólo mirarlos.
El crucificado jugó entre tus piernas y nacieron espigas en tus senos. Ritmo apagado en el avance. En el escapar hacia afuera ignorando lo que vendrá.
Ajena a tu estirpe persigo la loba ensangrentada que absorbe el fuego de mis retinas.
Las luces juegan a buscar el último navío que las lleven al encuentro con los mortales hacedores de eternidad.
Dejemos en paz al otoño que llueve en grises sobre otros ojos. Besar el aliento y ofrendarte mis miradas, mi silencio, y mis manos sin hilos para marionetas, es todo lo que soy sin voces ancestrales.
6:55 AM: Soberano rechazo el de tu furia. Me sentí caer y no pertenecer ni a mí misma.
Fuiste gota de café en la sangre menstrual de las ballenas si es que aún paren a Jonás, disecado e irreverente.
Santificar el vacío quiere decir yacer en las permutaciones. Esto por aquello en la muerte o en el amor.
Las piernas gélidamente abiertas esperando la punzada. El grito animal de un borracho que fuma estiércol parado en la puerta de su tumba.
Recuadro negro donde buscas hacerte un lugar. El refugio contra la brújula del fracaso.
-¿Quién dá más por tu sexo que vos misma?- se pregunta una diosa llegada desde el apocalipsis.
-¿Quién dá más?- sostiene en su saxo afilado con el que me ha hecho el amor en ciertas noches mientras restauro mi reloj de arena, definitivamente hacia atrás.
Me sentí caer y fue ajustarse la boca para no perder la sonrisa y aún así la máscara cayó sobre la hierba escarchada.
Cerca de los jardines. Tan cerca como comer estrellas en el lecho de Cristo. Allí te desnudé. Te pirograbé en mi pared amarilla. Dulce útero que me invita a desearte, inaccesible.
Fácil de perder en un recodo de la noche. Bañada por el sudor del mar, que desangra tu deseo. Tu único deseo- Ése que quieres conocer y que aún esquiva tus manos de dar a luz pasado y muerte.
7:05 AM: Fuiste instante en un muro de nubes. Luz opaca que sumerge sus dedos en mi vagina reticular.
Trama en la que me pierdo cuando vuelvo desde el infierno o desde el cielo, aprovechando los pegasos que los dioses me ofrecen como premio.
Muero. Es decir surjo clavada en un bestiario y desde ahí los veo y me veo.
La cruz supura negros de arcángel y allí, muy cerca, una mujer mira sosteniendo en sus senos los últimos besos.
Su pubis incendiado por la sal, flota separado junto a sus cabellos.
Diluidos en la semilla del verano, hacen el amor con el futuro y engendran incógnitas.
Bestiales espigones desde donde arrojarse al abismo fosforescente.
Una música suave cose tus ojos para que no escapen.
Hay mariposas en tus órbitas grises. Copulan y mueren a cada momento.
Claridad de ser lo que no se es y así sorprender a los hechiceros en pleno aquelarre.
Fuiste instante en el almizcle y besaste mi frente como sólo lo hacen las sombras. Con el silencio y el destructor poder de las olas.
Gabriela De Cicco
1 comentario:
Gabbi:
Los escritos de temprana juventud tienen esa frescura como de viento y océano: la música de la audacia.
Hay imperfecciones, pero son hijas de la ambición que flotan como papelitos entre la espuma vastísima, oondulante.
¿No se nos pasa un poco el calor con tanto mar?
A mí sí.
Gracias también por el ventiladorcito del otro día.
Me vino fenómeno.
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